jueves, 16 de agosto de 2012

Título por escoger.

Y la pasión desbordó la jarra, dejando así libres todos los sentimientos que con su propia esencia ella magnificaba. 
El primero en encontrar la vía de salida fue la ira. Salió espesa, lenta y ardiente, como la lava de un volcán que tardó años en erupcionar, que había esperado pacientemente aquel momento en el que pudiese salir y destruirlo todo. 
A la ira la siguió la impaciencia, que empujaba con ansias para que llegase su turno. La ira iba lenta, pero segura, dejando a la impaciencia macerando para convertirse en frustración. En cuanto la última gota de ira se derramó de aquel recipiente, la frustración salió con forma de lágrimas impotentes. Y esas lágrimas llamaron a la tercera sensación: La tristeza.
La tristeza salió potente, demoledora. Rompía todo a su paso. La ira quedó sepultada, la frustración huyó de su compañera, pues este sentimiento, amigos, era el más peligroso. La tristeza no era otra cosa más que sufrimiento, nunca ha sido más que eso, y eso hacía la pasión. Recordarselo para hacerla más fuerte. 
Llegó nuestra heroína entonces. La resignación se desbordó, calmando la tristeza, y convirtiéndose en esperanza. La esperanza de que algún día, esa tristeza podría llegar a ser feliz. 
No sería fácil el camino, pero la esperanza lo mostró corto y sin trampas. Cegada la tristeza, llegó la calma, dejando la jarra en reposo, y guardando los restos de aquella ebullición, dejando fermentar los sentimientos hasta que volviesen a desbordarse.
Ese, y solo ese periodo, es lo que nosotros llamamos felicidad.

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